sábado, 14 de agosto de 2010

Wine, jazz and butterflies


El lunes (sí, el lunes, todavía estoy de vacaciones ;-), fui a un concierto de jazz con una pareja de amigos, Roberto y Flavia. Previamente habíamos estado cenando en un restaurante del Village llamado Camaje (www.camaje.com), un bistrot con una interesante mezcla de comida francesa y americana. El local es pequeño y acogedor - algunos dirían un tanto claustrofóbico, pero la sensación quedaba disminuida porque su fachada está completamente abierta a la calle. Me pregunto cómo lo solucionarán cuando los termómetros bajen hasta los - 10 ºC... La cocina no tiene excesivas pretensiones, así que mi steak con puré de patatas de Yukon me dejó bastante satisfecho. Roberto y Flavia comieron hamburguesa y crêpes, que aprobaron sin excesivo entusiasmo. Un punto a favor de Camaje es que tienen una carta de vinos limitada pero de precios ajustados, algo que se agradece en esta ciudad por aquellos que no nos resignamos a regar las comidas con una vil cerveza. Tomamos un Malbec argentino bastante correcto, de cuyo nombre no me acuerdo, pero tampoco es necesario recordar.

Lo mejor de la velada, aparte de la conversación con Roberto y Flavia, fue el concierto de jazz en el Zinc bar (www.zincbar.com). Yo sé tanto de jazz como de jota aragonesa, pero disfruté como un enano. Por otro lado, la buena música es como el buen vino: un melómano puede explicarte con detalle por qué le gusta una pieza y cuáles son sus virtudes, de la misma forma que un enómano (me acabo de inventar la palabra) puede dar una nota de cata acertada. Pero igual que todos sentimos cuándo estamos bebiendo un buen vino y cuándo nos están sirviendo vinagre, la buena música es fácil de apreciar por cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad.

El grupo que tocaba tenía el atractivo añadido de estar capitaneado por el hijo del difunto - y según me explicó Roberto, revolucionario del bajo eléctrico en el jazz, Jaco Pastorius. Felix Pastorius es un chaval que no debe pasar de los 28 años y, con sus playeras y su tatuaje en el pecho, tiene más pinta de jugador de básquet que de músico profesional. Pero si su padre viera el ritmo endiablado con el que acaricia el mismo instrumento que él tocaba estaría orgulloso de su vástago [link de vídeo casero de un momento de la actuación: http://www.facebook.com/video/video.php?v=1545547767186&ref=mf].

Lo que me fascina del jazz, ahora que lo estoy descubriendo, es el ritmo de esta música. Es fácil dejarse absorber por una escala de guitarra, por el baqueteo (nueva palabra, hoy estoy creativo) de la batería, por el sonido grave y de fondo del bajo. Es el ritmo mismo de la vida, y el jazz te habla de tu propia vida, a veces frenética e incontrolable, a veces melancólica y hasta desdichada, otras exultante y llena de brillo. Seguramente estas disquisiciones, que se iban dibujando en mi mente mientras contemplaba el concierto, se veían favorecidas por la acumulación del vino y el bourbon que, para entonces, estaba consumiendo en generosas cantidades. Y seguramente también por ese motivo me quedé alucinado cuando, al contemplar el movimiento continuo de las baquetas del batería, me pareció idéntico al batir de las alas de una mariposa. Maldito - bendito - jazz.

(English version)

Last Monday (yeah, Monday, I’m still on vacation ;-) I saw a jazz concert with a couple friend of mine, Roberto and Flavia. We previously had dinner in a Village restaurant called Camaje (www.camaje.com), a bistro with an interesting mix of French and American food. The venue is small and cozy - some could rightly say rather claustrophobic, but this sensation is diminished by the fact of having an open to the street façade. I wonder how they will work it out when thermometers drop to -10 ºC... Food is not excessively pretentious, and hence my steak with Yukon potatoes mash and shallots was quite satisfying. Roberto and Flavia had a hamburger and crêpes, that got a non enthusiastic approval. One thing in Camaje’s side is that they have a limited but inexpensive wine list, something those of us who prefer wine rather than vulgar beer appreciate. We had a nice Argentinian Malbec, the name of which I can’t recall but does not deserved being recalled in any case.

The best thing of the evening, besides the conversation with Roberto and Flavia, was the jazz concert at Zinc bar (www.zincbar.com). My knowledge about jazz is as extensive as my knowledge of jota aragonesa, but I had a great time. Moreover, good music is like good wine: a music connoisseur is able to explain with detail why he likes one special song and what its virtues are, to the same extent that a wine lover can convey a precise tasting note. But, just as we all know when we’re drinking a nice wine and when we have been served vinegar, good music can be appreciated by whoever has some sensitivity.

The group playing that night had the additional interest of being led by the son of the late Jaco Pastorius, who, according to Roberto’s explanations, completely revolutionized the use of electric bass in jazz. Felix Pastorius is a non more than 28 years old chap who, from his trainers and tattoo in the chest looks more like a basket player than a professional musician. But his father would be proud to see the devilish speed at which his son plays the same instrument he cherished so much [a link to a homemade video of a moment of the show: http://www.facebook.com/video/video.php?v=1545547767186&ref=mf].

What fascinates me about jazz, now that I’m starting to discover it, is the rhythm of this music. It is really easy lo give up to a guitar scale, to the percussion of the drumsticks, to the background low sound of the bass. It’s life’s rhythm, and jazz talks about your own life, sometimes frenetic and uncontrollable, sometimes melancholic and even miserable, others jubilant and full of light. Most probably these reflections, that crossed my mind while I was listening to the concert, were favored by the accumulation of wine and bourbon which, at that time, I had happily consumed. And most probably as well for that reason I was mesmerized when I observed the continuous movement of the drumsticks and they appeared to me like the flapping wings of a butterfly. Damn - holy - jazz.

viernes, 13 de agosto de 2010

Excusatio non petita (Little Italy y Chinatown)



(go to the bottom for the English version)

Una de las zonas más conocidas de esta ciudad eterna (con el permiso de Roma) es, precisamente, Little Italy. A esta fama han contribuido sin duda alguna las películas de gángsters, singularmente El Padrino. Pues bien, quien vaya a Little Italy y espere encontrar a Don Vito comprando en una frutería escoltado por dos tipos de mandíbula prominente y abrigo abultado se llevará una gran decepción. La Piccola Italia, como gustan de llamarla aquí, ha sido ido arrinconada poco a poco hasta quedar reducida a una única calle, Mulberry street. Y esta calle no es ni siquiera un lugar donde haya vida de barrio o algo que se le parezca, sino un parque temático para los turistas con dos tipos de negocios: restaurantes (italianos, eso sí, pero de escasa calidad), y tiendas de souvenirs.

El motivo de este cambio es claro y fácilmente comprobable, y también tiene nombre de barrio famoso: Chinatown. Es impresionante pasear por las calles que rodean Mulberry y comprobar como todas, absolutamente todas, están copadas por negocios chinos de todo tipo: pescaderías, fruterías, bancos, tiendas de electrónica. Si Little Italy no merece tal nombre, puesto que no representa en modo alguno una versión reducida del país transalpino, el término Chinatown describe perfectamente lo que es: una ciudad china dentro de otra ciudad, la inefable Nueva York.

Que Chinatown se está comiendo a Little Italy se comprueba en un detalle que puede pasar desapercibido a primera vista, pero resulta muy significativo: Little Italy, i.e. Mulberry Street, está copada de banderas italianas y de pancartas con el nombre del barrio. Da la impresión que los lugareños se esfuerzan denodadamente por reforzar, o quizás salvar, su identidad, como si quisieran proclamar que todavía están allí. Excusatio non petita, accusatio manifesta...
En cambio, en Chinatown no vi ni una sola bandera china. No es necesario. Sus habitantes saben que están allí para quedarse, y no necesitan convencer a los visitantes de ello. Poseen la tranquila serenidad de quien se sabe vencedor de la batalla.

English version

One of the most well-known neighbourhoods of this eternal city (with Rome’s permission) is Little Italy. Gangsters’ films have undoubtedly contributed to this reputation, most notably The Padrino. However, those who expect to spot here Don Vito buying in a fruit store escorted by two guys with prominent jaws and bulky jackets will be greatly disappointed. Piccola Italia, as locals like to call it, has been reduced to one single street: Mulberry. And this street is not even a place where you might find neighbourhood life or anything of the kind, but a touristic theme park with two kinds of businesses: restaurants (Italian indeed, but cheesy) and souvenirs’ shops.

The reason for this change is clear and easy to check, and has the name of another famous neighbourhood: Chinatown. It is truly impressing to stroll around the streets that surround Mulberry and realize that absolutely all of them are packed with Chinese businesses of all kinds: fish shops, fruit stores, banks, electronics’ shops. If Little Italy doesn’t live up to its name, since it isn’t by far a reduced version of the transalpine country, the term Chinatown accurately describes what this is: a Chinese town inside another city, amazing New York.

You can understand that Chinatown is eating Little Italy by a detail that might be unnoticed at first sight, but is highly significant: Little Italy, i.e. Mulberry Street, is full of Italian flags and posters with its name. It’s as if locals were struggling to reinforce, or maybe save, their identity, as if they were trying to shout that they are still there. Excusatio non petita, accusatio manifesta...

Conversely, I did not see one Chinese flag in Chinatown. It is not necessary. Its inhabitants know they are here to stay, and do not need to convince visitors about it. They possess the serene calmness of he who knows himself winner of the battle.