martes, 22 de noviembre de 2011

Marionetas y chorizos



La contienda electoral del pasado domingo nos ha dejado los resultados vaticinados: una aplastante victoria del Partido Popular de Mariano Rajoy, que se ha llevado de calle 186 escaños, frente a los paupérrimos 110 del PSOE, liderado - es un decir - por Rubalcaba. El resultado es un éxito para algunos y un desastre para otros, pero tanto los primeros como los segundos harían bien en moderar su alegría y su desazón, porque los auténticos vencedores no son los votantes y acólitos de Partido Popular. Son, ni más ni menos, las mismas personas e instituciones que gobernaban este país antes de las elecciones: los bancos, otras instituciones del sector financiero, y en el mejor de los casos otros países europeos.
Me diréis que exagero, y no creo que exagere ni un pelo. Permitidme que os dé tres ejemplos. No son del año pasado, ni de hace un mes. Son tres noticias aparecidas hoy mismo.

1. Fitch exige al PP que "sorprenda" al mercado con reformas y recortes fiscales.

Fitch, como ya sabréis, no es un señor que votó al PP en las últimas elecciones. Fitch es una de las tres principales agencias de calificación de crédito a nivel mundial, junto con Moody's y Standard and Poor's.  Estas tres empresas jugaron un papel básico en la crisis financiera que se inició en el año 2008, y que todavía colea, ahora derivada en crisis de la deuda soberana. Durante años las tres rating agencies estuvieron dando sus máximas calificaciones a las obligaciones de deuda colateralizada (collateral debt obligations, CDO) que enmascaraban hipotecas subprime. La confianza aportada por estas calificaciones llevó a bancos, países y particulares a invertir en estos productos tóxicos, y el resultado es bien conocido por todos. Ni una de ellas ha pagado un solo €, ni ha devuelto siquiera los honorarios que cobraron por un trabajo tan nefastamente realizado.

Pues bien, de acuerdo con Fitch, el PP debe aprovechar la arrolladora victoria del domingo para lanzar "una reforma estructural y fiscal ambiciosa y radical" que sorprenda positivamente a los mercados.
Precisamente esta agencia rebajó la calificación de España el pasado 7 de octubre, de AA+ a AA-, lo cual contribuye a aumentar la prima de riesgo de España y nos obliga a endeudarnos a un tipo de interés superior. Estos son los señores que se permiten el lujo de decirle al partido ganador de unas elecciones democráticas cuál debe ser su programa de gobierno. Alguien que no ha sido votado por nadie y que, de hecho, está en el origen de la presente crisis. Tócate las narices.


2. Saxo Bank: el gobierno español debe subir impuestos
Saxo Bank, no confundir con uno de los hits del momento Saxobeat, es un banco danés creado en 1992. Saxo Bank obtuvo su récord de facturación en 2008, el año que empezó la peor crisis del capitalismo desde el crack del 29. Ese mismo año, rehusó participar en un paquete de crédito creado por el gobierno danés bajo el argumento de que "perdería dinero".  Por lo demás, no hay que olvidar que los bancos no fueron actores secundarios en la crisis. Fueron ellos quienes adquirieron los activos tóxicos, los empaquetaron en los CDO que hemos mencionado antes y los vendieron a otros bancos y, en última instancia, a los particulares. Y no hace falta decir que si alguien disponía de medios para comprobar la calidad de los CDO eran las instituciones financieras, tanto si no más que las autoridades nacionales y desde luego que los ciudadanos de a pie.
Ahora uno de estos bancos le dice al gobierno de un país soberano que ha de subir impuestos. Alguien que no ha sido votado por nadie y que, en mayor o menor medida, también ha jugado un papel en el embrollo. Tócate otra vez las narices.

3. Merkel: Rajoy tiene un "mandato claro" para realizar "reformas rápidas"
La Sra. Merkel no necesita presentación. Es la canciller alemana, la persona que, a todas luces, corta el bacalao en Europa hoy en día, siempre secundada por su fiel escudero Sarkozy, que se ha lanzado en brazos de Alemania para poder conservar, mire usted por dónde, la triple A en el rating de Francia, esos que dan las agencias como Fitch. Precisamente hace dos semanas, Sarko manifestó con resignación: "si pierdo la triple A, estoy muerto".
Es de agradecer que al menos alguien se atreva a ejercer de líder, pero echando la vista atrás resulta que Angela Merkel es canciller de Alemania desde el año 2005, un par de años antes al menos que la dichosa crisis. Y si los bancos y las rating agencies fueron protagonistas, los Estados fueron al menos estrellas invitadas en el drama. ¿Dónde estaban las agencias gubernamentales encargadas de supervisar los mercados financieros? ¿Por qué las legislaciones nacionales permitían la concesión de créditos basura, la creación de innovadores productos financieros y su venta sin investigar qué había detrás de ellos? ¿Por qué se mantuvo el mercado de derivados desregulado durante los años 90 y 2000?
Y al margen de la posible responsabilidad que Merkel pueda tener en este desastre global, una cosa está clara: somos los españoles quienes hemos decidido quién queremos que nos gobierne - ya sea votando a favor del PP, en contra, en blanco, o metiendo una rodaja de chorizo en el sobre electoral, como ocurrió en un colegio electoral gallego (ver imagen). Y ahora viene una dirigente de otro país a marcarnos la pauta. Alguien que no ha sido votada por nadie (al menos aquí), y que en el mejor de los casos es cómplice de nuestros males. Tócatelas otra vez, Sam.

Tres ejemplos. Bancos, agencias de rating y gobiernos extranjeros, decidiendo lo que tenemos que hacer, tan sólo dos días después de la "fiesta de la democracia". Ya sé lo que me diréis: it's the economy, stupid. Ciertamente. Pero que luego nadie tenga la desfachatez de decirnos a los Indignados que esta no es la democracia de los mercados. Desde luego no es la democracia de los ciudadanos.

martes, 18 de octubre de 2011

Vértigo, de Alfred Hitchcock


vert2.gif

La cámara parece alejarse del objeto que está siendo filmado; el fondo se ve cada vez más pequeño y, sin embargo, el objeto mantiene su dimensión original. Como resultado, el espectador experimenta una sensación de desequilibrio: acaba de contemplar un “Vertigo shot”. El nombre de este efecto cinematográfico no viene únicamente del vértigo que produce, sino de una de las obras maestras de Hitchcock, que en España recibió el mismo título que la novela de Boileau y Narcejac en la que estaba inspirada: De entre los muertos.
Vértigo es excepcional desde el primer segundo hasta el último, y buena prueba de ello son sus títulos de crédito. Los credits se sobreponen a los evocadores ojos de una mujer que parecen recordar un pasado lejano, quizás inexistente, para luego alternarse con una serie de espirales y unos gráficos de colores cambiantes. Hitchcock ha empezado a jugar con nosotros: ¿estamos asistiendo a un sueño? ¿quizás a la proyección gráfica de un delirio? A continuación en la primera escena concoemos el origen de la acrofobia del protagonista, y es donde se utiliza por primera vez en el cine el Vertigo shot.
La gala de artificios técnicos no ha hecho más que empezar: brumas que se sobreponen a personajes venidos del más allá, planos diagonales que provocan inestabilidad… mención aparte merece el uso de los colores, tanto en escena como por la grabación con lentes de diferentes tonalidades. Colores primarios como el verde de la falda de Madeleine o el carmesí apasionado y desasosegante del restaurante Ernie’s, que el director utiliza para transmitir los sentimientos de los actores como si fuera un pintor impresionista.
Claro está, unos buenos efectos no son suficientes para hacer una buena película. Vértigo también es excelente en las facetas clásicas, empezando por su guión. Un guión del que parece difícil eliminar una sola palabra, como demuestran los sugerentes diálogos entre Madeleine (Kim Novak) y Scottie (James Stewart), que se cortejan con una danza verbal aparentemente inocente pero cargada de dobles sentidos, o la sutil ironía de la conversación entre Scottie y su amor de juventud y ahora amiga Midge. Y no se trata sólo de lo que el guión “dice”, sino de cómo Hitchcock emplea los detalles para enriquecer la historia: en una sola bajada de ojos, por ejemplo, entendemos que Midge sigue totalmente prendada de Scottie, y comprendemos cuánta soledad ha experimentado por ese amor no correspondido.
Vértigo es también una oda a San Francisco, bella como nunca. Una de las pocas ciudades de EEUU en las que las casas huelen a historia. Casas victorianas de techos altos y decoración elegante,  pintadas con llamativos colores – otra vez los colores. Por no hablar de la misión jesuita que tanto protagonismo tiene en la historia. Una misión en la que rara vez se ve un religioso, y en la que no parece haber rastro de Dios.
Y sí, por supuesto, James Stewart y Kim Novak están sublimes. El personaje de Stewart provoca el curioso, por no decir inédito, efecto de ganarse al espectador en los primeros compases de la película para, poco a poco, generarle un sentimiento de compasión, desconfianza e, incluso, repulsión a medida que su obsesión va aumentando. Porque, como decía la canción, lo de Scottie no es amor sino obsesión. Primero por una mujer casada que él ha idealizado y que está más cerca de la esquizofrenia que de la realidad. Y luego por una persona muerta, hasta el punto que no dudará en utilizar a otra persona para que se “transforme” en Madeleine y ésta pueda revivir – una especie de necrofilia “light”, si me permitís la expresión.
Hay que reconocer en cualquier caso que Novak es capaz de volver loco al más cuerdo de los hombres, porque pocas veces una mujer ha sido tan sugerente enseñando tan poco como esta Madeleine. Una de esas rubias que tanto le gustaban a Hitchcock – conocido por enamorarse de sus actrices principales en cada película. No busquéis ni un escote ni una minifalda en esta rubia platino. Madeleine cautiva al espectador, y hace enloquecer a Scottie, por lo que insinúa, por el misterio que derrocha cada una de sus miradas al vacío, por sus silencios, cuando no por esa (¿falsa?) fragilidad que hace creer al iluso Scottie que él es su salvador.
Finalmente, no quisiera olvidar a los dos actores secundarios, Tom Helmore en el papel de Jon Elster y Barbara Bel Geddes en el de Midge – ambos contrapunto perfecto de los dos protagonistas, el inocente Scottie y la misteriosa Madeleine. No desvelaremos quién gana la partida al final de la película; si algo nos enseña Vértigo es que el misterio es la antesala de la seducción. Y me gustaría que Vértigo os sedujera tanto como a mí.  



domingo, 4 de septiembre de 2011

Reforma exprés de la Constitución:Lo bueno, lo feo y lo malo

Reforma exprés de la Constitución: Lo bueno, lo feo y lo malo




El Congreso aprobó el pasado 2 de septiembre una histórica reforma de la Constitución para introducir la obligación de estabilidad presupuestaria por parte de todas las Administraciones Públicas españolas. Histórica no sólo por ser la primera modificación relevante de nuestra Norma Fundamental, sino por haber sido aprobada con el único apoyo de dos partidos, lo cual constituye una auténtica ruptura con el espíritu de consenso que forjó el texto de 1978. La reforma, negociada por PSOE y PP en pocas horas, presenta aspectos positivos (Lo bueno), así como elementos escasamente edificantes (Lo feo) y otros que cuando menos deberían llevarnos a la preocupación (Lo malo).

Lo bueno

Como aspectos positivos cabe destacar dos. En primer lugar, los dos principales partidos del país han conseguido ponerse de acuerdo en algo. En un país acostumbrado a la política de tierra quemada y la guerra de trincheras, y tras discrepancias en temas tan sensibles como la política económica, la reforma del Poder Judicial o el terrorismo, el consenso entre PSOE y PP no deja de ser novedad. En segundo lugar, reformar la Constitución para incluir el compromiso de equilibrio presupuestario nos mete en el grupo de Alemania y otros países como Francia que parecen haberse tomado en serio la crisis. Y puestos a estar en un grupo, mejor que sea el de Alemania y Francia que el de Portugal, Grecia o Irlanda, incómodos compañeros de viaje con los que España ha sido asociada demasiadas veces en los últimos dos años.

En cualquier caso, y a pesar de los parabienes que Merkel y Sarkozy han dispensado a España por la medida que el Congreso acaba de adoptar, los mercados no parecen tan impresionados; la prima de riesgo (medida como diferencial del rendimiento del bono español respecto del bono alemán) alcanzó el mismo 2 de septiembre los 311 puntos básicos, el nivel más alto desde inicios de agosto.

Lo feo

Lo feo es cómo los dos partidos mayoritarios han marginado al resto de formaciones. En 1978 se llegó a un amplio consenso para redactar una Constitución que reflejara la variedad de opciones políticas del país. La propia composición del órgano de redacción, una ponencia de siete diputados que fueron llamados los Padres de la Constitución, si bien no incluía a determinadas sensibilidades (grupos a la izquierda del PCE) y regiones (Galicia y Canarias, por ejemplo), supuso un gran esfuerzo de representatividad del conjunto de la población española. Los Padres de la Constitución fueron Gregorio Peces-Barba (PSOE), Manuel Fraga (Alianza Popular, hoy PP), Gabriel Cisneros, José Pedro Pérez Llorca y Miguel Herrero de Miñón (UCD), Jordi Solé Tura (PCE) y Miquel Roca i Junyent (Minoria Catalana y PNV),

La reforma que se acaba de aprobar se ha cocinado de una manera muy diferente. Fue negociada por el gobierno y el principal partido de la oposición en pocas horas, y el Congreso rechazó hasta 18 enmiendas propuestas por el resto de partidos. El día de la votación PSOE y PP intentaron conseguir que al menos CIU se abstuviera de la votación, posibilidad que fue vetada por IU al impedir que se votaran dos enmiendas transaccionales sugeridas para conseguir la abstención del partido catalán. El resultado es que la reforma fue aprobada por 316 votos a favor, 5 en contra y la ausencia de 29 diputados.

El mensaje lanzado por PSOE y PP al negociar el nuevo texto por su cuenta es claro: la grave situación económica justifica la adopción de esta medida prescindiendo del consenso de 1978, en una semana y con “estividad” – en pleno agosto - y alevosía. Sin embargo, parece que la gravedad de la coyuntura antes justificaría un gran pacto de fuerzas políticas, y no la bilateralidad pretendida por PSOE y PP. España ya tuvo un sistema bipartidista, y resucitar ahora a Cánovas del Castillo y Sagasta se antoja algo anacrónico.

Por todo ello, tiene razón Duran Lleida cuando clama que se ha roto el pacto constitucional. Si el PP gana las próximas elecciones generales de noviembre pero no alcanza la mayoría absoluta, como anticipan algunas encuestas, será interesante ver cómo se aproxima a fuerzas como CIU, PNV, o UPD, a las que ahora ha preterido. El PSOE tiene menos que temer a corto plazo ante lo improbable de que pueda acceder al poder incluso mediante pactos post electorales, pero hay gestos que no se olvidan fácilmente.

Lo malo

Lo malo, por no decir lo peor, es cómo se ha ninguneado a la ciudadanía, negándole el derecho a pronunciarse en referéndum sobre una reforma de la Constitución de este calibre. Esta es la crítica que hicieron a PSOE y PP el día de la votación tanto IU como ICV, BNG, Nafarroa Bai o UPyD. La Carta Magna sólo se había modificado una vez en más de treinta años de historia, en 1992, por exigencias del Tratado de Maastricht. La reforma, que afectaba al artículo 13.2 de la Constitución, obedeció a la justificada necesidad de reconocer el derecho al sufragio de los ciudadanos extranjeros en las elecciones municipales. Se trataba entonces de dar un derecho a quien no lo tenía, y en buena lógica el cambio no suscitó recelos o críticas, por lo que no habría sido justificado activar la maquinaria del referéndum, que obviamente es costosa en tiempo y recursos.

Este caso es muy diferente. La Constitución Española dice muy poco sobre el modelo económico a seguir. A grandes rasgos, el Título VII (‘Economía y Hacienda’) establece una economía de mercado en la que el Estado puede intervenir para “atender a las necesidades colectivas, equilibrar y armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la renta y de la riqueza y su más justa distribución” (artículo 131 CE). En esta música caben muchas melodías: desde una economía ampliamente intervenida hasta las formas más extremas del laissez faire laissez passer, pasando por las recetas intermedias del keynesianismo propio de la socialdemocracia. Y así debe ser; la Constitución es el campo de juego y las reglas básicas, y corresponde al gobierno de turno decidir si juega con un 4-4-3 o un 5-3-2, en función de su color político y la coyuntura económica del momento.

La reforma que se acaba de aprobar, al margen de la opinión de cada uno sobre las virtudes del principio de equilibrio presupuestario, quiebra esta manera de entender la Constitución. El nuevo texto del artículo 135 establece que “Todas las Administraciones Públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria”, prohibiéndoles incurrir en déficits que superen los límites establecidos por la UE y, a nivel interno, mediante Ley Orgánica. Específicamente, la Constitución proclama que el pago de la deuda pública “gozará de prioridad absoluta”. ¿Prioridad por delante de qué? Parece bastante claro: por delante del gasto en otras partidas, como sanidad, educación o infraestructuras.

Exigir a los poderes públicos que sus cuentas estén equilibradas por encima de cualquier otro objetivo es una premisa de la economía neoliberal. Por mucho que el equilibrio presupuestario se haya demostrado positivo en diferentes ocasiones y países, incluso sus más acérrimos defensores deben reconocer que marcarlo a fuego en la Norma Fundamental va más allá de las reglas básicas de juego que deberían ser el solo contenido de la Constitución. La mejor prueba de ello es que la única fuerza parlamentaria que había propuesto dicha medida hasta la fecha era el PP, que ahora está visiblemente satisfecho por haber conseguido convencer al gobierno.

De hecho, llama poderosamente la atención que haya sido Zapatero, líder del partido socialista, quien haya decidido constitucionalizar el principio de estabilidad presupuestaria, algo que casa mal con su insistencia en mantener las políticas sociales contra viento y marea incluso en estos tiempos de crisis. Rubalcaba por su parte está que se sube por las paredes. Una de sus bazas para ganar las elecciones, o al menos para hacer menos dura la caída, era el guiño a los jóvenes y al sano magma de inquietud y cabreo que llamamos Movimiento 15M. El pasado domingo 28 de agosto el 15M salió a la calle en toda España con la sensación de que el PSOE le estaba tomando el pelo, y parecía decirle al líder socialista aquello de ‘Yo no soy tonto’.

Lo que está claro es que la reforma, a diferencia de la que afectó al artículo 13.2 de la Constitución, es una “decisión política de especial trascendencia”, que son las que pueden ser sometidas a referéndum según el artículo 92 de la Carta Magna. No es obligatorio, pero sería un síntoma de salud democrática que, ya que no se ha contado con el resto de partidos, PSOE y PP al menos consultaran a la ciudadanía sobre el cambio.

En los últimos años una preocupación creciente de la clase política, no sólo en España sino en toda Europa y el resto de regiones con regímenes democráticos, es la desconexión entre el ciudadano y los poderes públicos. Los partidos hablan a menudo de esta desafección, pero raramente pasan de la fase de diagnóstico para preguntarse las causas del desinterés de la ciudadanía. PSOE y PP deberían pararse a reflexionar si aprobar una modificación de la Constitución que determina nada más y nada menos que el modelo económico del país, y hacerlo en una semana y sin someterla a referéndum, es la mejor manera de acercarse a sus potenciales votantes.

Lo bueno, lo feo y lo malo. Un western de incierto final está servido. Lo único seguro ahora mismo es que la reforma da alas al movimiento 15M y asegura el conflicto entre el partido que salga vencedor de las próximas elecciones y el resto de formaciones, dificultando cualquier pacto de gobierno después del 20N. El tiempo dirá si la medida fue un acto de responsabilidad política o un eslabón más en la sumisión de la política al dictado de los mercados.

martes, 3 de mayo de 2011

Mourinho como ejemplo


Cuando era pequeño me encantaban las videoconsolas. Podía pasarme horas delante de la pantalla avanzando por escenarios de fantasía, perdido en mundos inexistentes poblados de monstruos, karatekas o seres imaginarios que conducían coches de carreras o intentaban evitar que liberara a una princesa. Las horas pasaban sin darme cuenta hasta que mi madre me llamaba para la cena, y sólo entonces me daba cuenta de que, realmente, estaba hambriento.

Sin embargo esta afición a veces resultaba muy frustrante para mí; por algún motivo, los videojuegos nunca se me dieron excesivamente bien. Y no tardé mucho en darme cuenta, ya que tenía la desgracia – o la suerte – de tener en casa a mi “peor enemigo”: mi propio hermano Álex, que era un excelente jugador. No importaba el videojuego, ya fuera un beat’em up como Double Dragon, un clásico de lucha estilo Street Fighter II o cualquiera de los deportivos, mi hermanito casi siempre me ganaba. El uso del diminutivo no es casualidad: Álex era, es, mi hermano pequeño. Eso era lo peor, lo que más me dolía. Su superioridad alteraba el orden de las cosas. El hermano mayor ha de ser siempre el responsable, el que da ejemplo, el que abusa un poquito del benjamín. Y desde luego ha de ganar en el fútbol, en el Trivial Pursuit y en los videojuegos.

Esa es mi primera experiencia, o mis primeras repetidas experiencias, de un fenómeno constante en la vida de cualquier persona: perder. El fracaso, meter la pata, cagarla, ser peor que el de al lado. Y ser peor que Álex en los videojuegos me fastidiaba enormemente. Creo que nunca se lo confesé – el hecho ya era suficientemente duro de por sí para añadirle la humillación de reconocer ante él que era consciente de su superioridad. Lo que sí recuerdo es que, en lugar de aceptar mis derrotas, con frecuencia inventaba excusas para justificar el resultado adverso: haces trampas, siempre utilizas la misma técnica – daba lo mismo, la utilizara o no acababa ganando, y cuando yo intentaba copiarle me vencía con otra nueva -, tú has jugado más – falso, los dos estábamos igual de enganchados -, es que me dolía el dedo – lo que me dolía era el orgullo.

Estos recuerdos agridulces me vinieron recientemente a la memoria al ver el espectáculo bochornoso que está dando Don Jose Mourinho con el temita del Barça y la supuesta conspiración en la UEFA para favorecer a su equipo rival. Vaya por delante que Mourinho es un ganador. Un entrenador hábil y valiente que se merece todos y cada uno de sus triunfos. Me parece especialmente meritorio lo que consiguió el año pasado con el Inter: el triplete Scudetto, Copa y Champions League, eliminando al que para muchos era y sigue siendo el mejor equipo de fútbol actual, su odiado Barça. Tiene mérito porque Mourinho ha dado con la fórmula anti Barça: no dejar que el equipo culé tenga el balón, mantener una defensa muy bien organizada y aprovechar los contragolpes para marcar. No es un fútbol vistoso. Con esa estrategia nunca le endosará un 5-0 al Barcelona. Pero le sirvió el año pasado en Champions con el Milan, y le sirvió hace dos semanas en la Copa del Rey con el Madrid, y le felicito por ello.

Ganar no es fácil. Requiere esfuerzo, perseverancia y confianza en uno mismo. Adquirir estas habilidades es algo que se consigue con tiempo. Cuando somos pequeños nos faltan todas ellas: nos gusta la recompensa inmediata, no sembrar para cosechar. No queremos ni sabemos esperar nuestro momento. Y por encima de todo no poseemos todavía el combustible principal: la autoestima. Al primer contratiempo pensamos que no somos capaces de conseguir nuestro objetivo y desistimos.

Aprender a ganar es, por tanto, difícil. Pero es mucho más difícil aprender a perder. Con frecuencia, cuando uno pone ese esfuerzo, esa perseverancia y esa confianza acaba obteniendo lo que se propone. Ganar es algo que está a nuestro alcance, el resultado lógico de una actitud combativa, y ser capaz de ganar es un síntoma de madurez personal. El fracaso en cambio es un suceso que se impone a ese orden, al esquema natural de las cosas. A veces, incluso cuando hemos puesto lo mejor de nosotros mismos, cuando hemos sido pacientes y hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance, perdemos. No es cierto, salvo en las películas de Disney o en libros de autoayuda, que uno pueda conseguir absolutamente todo lo que se proponga ni que baste con desear y luchar para alcanzar nuestros objetivos. Y aceptar esta verdad irrefutable, entender que tenemos limitaciones, cometemos errores e incluso cuando no los cometemos existen fuerzas más allá de nuestro alcance que dan al traste con nuestras esperanzas, es el siguiente paso en el camino a la madurez después de aprender a ganar.

Los errores arbitrales son parte del fútbol. A veces favorecen a un equipo, a veces a otro (adjunto un link del portal Sportinguista que analiza los errores arbitrales que favorecieron a Mourinho en las dos Champions que ganó en 2004 y 2010 con el Oporto y el Inter: http://foro.portalsportinguista.com/viewtopic.php?f=15&p=1342321). Es un hecho tan evidente que sonroja mencionarlo, aunque en los últimos días parezca necesario. Mourinho (ni José, ni Pepe, Mourinho) es un ganador, pero le falta aprender algo que distingue a las leyendas de los excelentes: saber perder. Ni existe contubernio judeo-masónico a favor del Barça, ni mi hermano hacía trampas cuando me endosaba la enésima paliza jugando al International Superstar Soccer. Y cuando antes lo entienda el entrenador luso, antes podrá el Real Madrid centrarse en lo que se tiene que centrar: jugar a fútbol y reivindicar su nombre y su historia. Desprestigiar la competición que le ha dado mayor fama a nivel mundial me parece ridículo, escasamente útil y, en última instancia, impropio de un entrenador y un club de esta talla. Palabra de culé.

jueves, 10 de febrero de 2011

The best of times is now (and a moral) - On La Cage aux Folles

The synopsis of La Cage aux Folles is not likely to drag the crowds to Longacre Theatre: Laurent invites his fiancée and her ultraconservative parents for diner to his family house. The problem is that Laurent's family is formed by his gay father and the boyfriend of the latter, owner and main artist respectively of a club at Saint Trophez, something Laurent would rather conceal. But bear with me, because this play is worth watching. Let me give you three reasons.

In the first place: Douglas Hodge, who plays the role of Albin, the transvestite lover of Laurent's father. Hodge performs in the best tradition of male actors posing as women. This includes, in my personal and surely arbitrary account, Dustin Hoffmann in Tootsie, Robbie Williams in Ms. Doubtfire, and of course and above all, Jack Lemmon in Some Like it Hot. It is very easy to be excessive in these kind of roles, but Hodge manages to be exactly what Albin is: an effeminate man in all his female glory, not a hystrionic likely to make the audience raise an eyebrow. Moreover, Hodge mesmerizes with his singing abilities, delivering a great range of tones without losing the power of his voice. He's so great that he dwarfs former Frasier actor Kelsey Grammer (Laurent's father), who didn't seem to keep his tone more than once, in spite of his correct acting.

The second reason are the Cagettes, the dancers in the transvestite show at La Cage aux Folles. Not only do they have incredible dancing abilities in a variety of styles, from Can-can to something-close-to-ballet, including a mix between dancing and acrobatics (check "the birds' dance"). Also, their rhytmic skills are combined with what I would dare to call dancing humor. The Cagettes constantly play with the audience, they challenge and joke with them with a pelvis movement or a twisted tongue, turning the experience into sheer enjoyment. Eventually, you end up buying their make-believe theme "The best of times is now".


The third reason to recommend this play, you'll have to forgive me, is the moral of the story. Laurent, the son of the gay couple, feels forced to ask his "false" mother Albin to leave the house during the dinner, to avoid conflicts with his fiancée's right-wing father, a defender of "traditional family values". In the end, however, he comes to realize that Albin is as much his mother as a biological mother can be, and no pressure or ill-conception by other people justifies denying him that acknowledgement. The bottom line is that the concept of mother, father, and more broadly, family, has more to do with whom has raised and taken care of you when you were a child, than with merely accidental circumstances, such as an spermatozoid or an ovule. I guess this message was quite revolutionary in 1973, when Jean Poiret wrote the original French play. Well, when the United States pass an Act to define marriage as a union between a man and a woman (the DOMA), and in countries like Spain hundreds of thousands of people demonstrate in defense of traditional family, we might still be in need of some morals.