lunes, 5 de julio de 2010
Cosas que aprendí en Cusco
Cusco ha sido una grata sorpresa. El único motivo por el que fui a esta ciudad era simplemente que constituye el punto de partida para acceder a Machu Picchu, ignorante de que es quizás la ciudad más hermosa del Perú.
Desde luego, la Plaza de Armas es algo glorioso. Flanqueada por la catedral al norte y la iglesia de la Compañía de Jesús al este, en los lados sur y oeste presenta unos elegantes soportales ocupados por pequeños negocios y las inevitables agencias turísticas, que en cualquier caso no afean el conjunto. El centro de la plaza es un jardín delicioso con numerosos bancos en los que los cusqueños (y las hordas de turistas) se relajan y los niños juegan. Una estampa realmente idílica.
Pero no quería hablaros de eso, sino de la que ha sido mi principal ocupación en esta ciudad, aparte de pasear: aprender a hacer un colgante gracias a un artesano local, Eduardo.
Conocí a Eduardo en una plazoleta de San Blas, el barrio de los artistas. Me llamó la atención el grado de elaboración de sus collares, sus colgantes y sus pulseras, muy superior a cuanto había visto hasta entonces. Nos pusimos a hablar de nuestros respectivos lugares de origen, y luego de la época negra en que la violencia cruzada de Sendero Luminoso, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru y los paramilitares asoló el país, dejando 69.000 muertos y desaparecidos entre los años 1980 y 2000.
Una cosa llevó a la otra, y al final Eduardo me expuso su filosofía sobre el trabajo y el grado de autoexigencia con el que elaboraba sus piezas. Su credo, que comparto, podría resumirse en que todos tenemos alguna aptitud particular para determinada actividad, y debemos perfeccionar esta aptitud hasta llegar a ser lo mejores posible, el mejor "uno mismo" posible.
Con cierto atrevimiento le enseñé un colgante muy sencillo que me había hecho yo mismo en la selva, ayudado por Faizer (ver post 'Pura Vida') y utilizando un diente de caimán. Eduardo evitó hacer comentario alguno sobre el mismo, aunque lógicamente mi pequeña creación debía parecerle lo más cutre que había visto en tiempo. Entonces se me ocurrió una idea. Le pregunté si podría comprar uno de sus colgantes pero con la finalidad de utilizar la imagen que colgaba del mismo (una figura de Las líneas de Nazca, de las que os hablaré pronto) de forma que, con hilo y semillas, yo me pudiera hacer mi propio colgante, ayudado por él. Eduardo aceptó encantado, ya que en su opinión uno no puede evolucionar si no enseña lo que sabe a otras personas.
Así me quedé un día más en Cusco con mi nuevo amigo, su mujer y su niña, que no debía llegar al año de edad. Fuimos a comer ceviche, la policía municipal nos echó de un par de plazas donde Eduardo intentaba vender su artesanía, y yo fui haciendo mi alhaja, que podéis ver en la foto y de la que me siento humildemente orgulloso.
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Guille, te reto a ampliar la colección de colgantes "Otoño 2010" cuando llegues a NYC! ¡Queremos ver más modelos! Qué auténtica la historia de Eduardo...
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