martes, 3 de mayo de 2011

Mourinho como ejemplo


Cuando era pequeño me encantaban las videoconsolas. Podía pasarme horas delante de la pantalla avanzando por escenarios de fantasía, perdido en mundos inexistentes poblados de monstruos, karatekas o seres imaginarios que conducían coches de carreras o intentaban evitar que liberara a una princesa. Las horas pasaban sin darme cuenta hasta que mi madre me llamaba para la cena, y sólo entonces me daba cuenta de que, realmente, estaba hambriento.

Sin embargo esta afición a veces resultaba muy frustrante para mí; por algún motivo, los videojuegos nunca se me dieron excesivamente bien. Y no tardé mucho en darme cuenta, ya que tenía la desgracia – o la suerte – de tener en casa a mi “peor enemigo”: mi propio hermano Álex, que era un excelente jugador. No importaba el videojuego, ya fuera un beat’em up como Double Dragon, un clásico de lucha estilo Street Fighter II o cualquiera de los deportivos, mi hermanito casi siempre me ganaba. El uso del diminutivo no es casualidad: Álex era, es, mi hermano pequeño. Eso era lo peor, lo que más me dolía. Su superioridad alteraba el orden de las cosas. El hermano mayor ha de ser siempre el responsable, el que da ejemplo, el que abusa un poquito del benjamín. Y desde luego ha de ganar en el fútbol, en el Trivial Pursuit y en los videojuegos.

Esa es mi primera experiencia, o mis primeras repetidas experiencias, de un fenómeno constante en la vida de cualquier persona: perder. El fracaso, meter la pata, cagarla, ser peor que el de al lado. Y ser peor que Álex en los videojuegos me fastidiaba enormemente. Creo que nunca se lo confesé – el hecho ya era suficientemente duro de por sí para añadirle la humillación de reconocer ante él que era consciente de su superioridad. Lo que sí recuerdo es que, en lugar de aceptar mis derrotas, con frecuencia inventaba excusas para justificar el resultado adverso: haces trampas, siempre utilizas la misma técnica – daba lo mismo, la utilizara o no acababa ganando, y cuando yo intentaba copiarle me vencía con otra nueva -, tú has jugado más – falso, los dos estábamos igual de enganchados -, es que me dolía el dedo – lo que me dolía era el orgullo.

Estos recuerdos agridulces me vinieron recientemente a la memoria al ver el espectáculo bochornoso que está dando Don Jose Mourinho con el temita del Barça y la supuesta conspiración en la UEFA para favorecer a su equipo rival. Vaya por delante que Mourinho es un ganador. Un entrenador hábil y valiente que se merece todos y cada uno de sus triunfos. Me parece especialmente meritorio lo que consiguió el año pasado con el Inter: el triplete Scudetto, Copa y Champions League, eliminando al que para muchos era y sigue siendo el mejor equipo de fútbol actual, su odiado Barça. Tiene mérito porque Mourinho ha dado con la fórmula anti Barça: no dejar que el equipo culé tenga el balón, mantener una defensa muy bien organizada y aprovechar los contragolpes para marcar. No es un fútbol vistoso. Con esa estrategia nunca le endosará un 5-0 al Barcelona. Pero le sirvió el año pasado en Champions con el Milan, y le sirvió hace dos semanas en la Copa del Rey con el Madrid, y le felicito por ello.

Ganar no es fácil. Requiere esfuerzo, perseverancia y confianza en uno mismo. Adquirir estas habilidades es algo que se consigue con tiempo. Cuando somos pequeños nos faltan todas ellas: nos gusta la recompensa inmediata, no sembrar para cosechar. No queremos ni sabemos esperar nuestro momento. Y por encima de todo no poseemos todavía el combustible principal: la autoestima. Al primer contratiempo pensamos que no somos capaces de conseguir nuestro objetivo y desistimos.

Aprender a ganar es, por tanto, difícil. Pero es mucho más difícil aprender a perder. Con frecuencia, cuando uno pone ese esfuerzo, esa perseverancia y esa confianza acaba obteniendo lo que se propone. Ganar es algo que está a nuestro alcance, el resultado lógico de una actitud combativa, y ser capaz de ganar es un síntoma de madurez personal. El fracaso en cambio es un suceso que se impone a ese orden, al esquema natural de las cosas. A veces, incluso cuando hemos puesto lo mejor de nosotros mismos, cuando hemos sido pacientes y hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance, perdemos. No es cierto, salvo en las películas de Disney o en libros de autoayuda, que uno pueda conseguir absolutamente todo lo que se proponga ni que baste con desear y luchar para alcanzar nuestros objetivos. Y aceptar esta verdad irrefutable, entender que tenemos limitaciones, cometemos errores e incluso cuando no los cometemos existen fuerzas más allá de nuestro alcance que dan al traste con nuestras esperanzas, es el siguiente paso en el camino a la madurez después de aprender a ganar.

Los errores arbitrales son parte del fútbol. A veces favorecen a un equipo, a veces a otro (adjunto un link del portal Sportinguista que analiza los errores arbitrales que favorecieron a Mourinho en las dos Champions que ganó en 2004 y 2010 con el Oporto y el Inter: http://foro.portalsportinguista.com/viewtopic.php?f=15&p=1342321). Es un hecho tan evidente que sonroja mencionarlo, aunque en los últimos días parezca necesario. Mourinho (ni José, ni Pepe, Mourinho) es un ganador, pero le falta aprender algo que distingue a las leyendas de los excelentes: saber perder. Ni existe contubernio judeo-masónico a favor del Barça, ni mi hermano hacía trampas cuando me endosaba la enésima paliza jugando al International Superstar Soccer. Y cuando antes lo entienda el entrenador luso, antes podrá el Real Madrid centrarse en lo que se tiene que centrar: jugar a fútbol y reivindicar su nombre y su historia. Desprestigiar la competición que le ha dado mayor fama a nivel mundial me parece ridículo, escasamente útil y, en última instancia, impropio de un entrenador y un club de esta talla. Palabra de culé.

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