domingo, 20 de junio de 2010

Potosí – sympathy for the devil



Potosí es la tercera ciudad más alta del mundo, elevándose a unos 4.060 metros por encima del nivel del mar. A estas alturas, nunca mejor dicho, ya me he acostumbrado al mal de ídem, y después del susto del autocar tampoco me preocuparía demasiado por un pequeño dolor de cabeza.
A la vez, Potosí es un lugar donde puedes bajar hasta las profundidades de la tierra, llegando lo más cerca posible del infierno que un ser humano (vivo) puede alcanzar. No en vano, los mineros veneran y hacen ofrendas al diablo, que ellos llaman el Tío, en la creencia de que es él quién controla su destino dentro de la montaña.
Potosí fue fundada en 1561 por los españoles, con el único objetivo de explotar las inmensas riquezas de plata del Cerro Rico, una montaña que se asoma sobre la ciudad de forma amenazante. Hoy en día los minerales siguen siendo su principal fuente de riqueza.
Los ingentes flujos de dinero que produjo la explotación de su patrimonio natural han dejado notables riquezas arquitectónicas, pero lo que más me impresionó fue la visita de una de sus minas.
Tras pasar por el mercado de los mineros y mostrarnos cómo se obtiene la plata pura a partir del óxido y el sulfuro de plata, entramos en la mina. Iba ataviado con unos pantalones y una chaqueta que cubrían mi propia ropa, así como un casco y unas katiuskas. Debido a la escasa altura de las galerías, en pocos momentos podía mantener la cabeza erguida, lo cual me provocaba un gran dolor de cuello. Pero este sería el menor de mis males.
A medida que íbamos bajando nos fuimos encontrando con los trabajadores, que soportaban estoicamente las condiciones de trabajo. Les dábamos algo de coca, bebidas refrescantes, o un poco de conversación. Un pañuelo nos cubría la cara para inhalar menos sustancias tóxicas. Los mineros están afectados de forma crónica por la silicosis, la acumulación de polvo de sílice en los pulmones que acaba por destruir la capacidad respiratoria.
Cuando llegamos al segundo nivel ya estaba cerca del límite de mis fuerzas. Habíamos tenido que arrastrarnos por algunos tramos y la concentración de oxígeno era tan baja que cuando nos sentábamos creía que me iba a quedar dormido. Al llegar al tercer nivel algunos miembros del grupo turístico se habían dado por vencidos y habían ascendido a la superficie. Me costaba tanto respirar que ya no me importaba inhalar polvo y me retiré el pañuelo. Sólo quería aire, y a bocanadas. Tenía rasguños en las rodillas y los brazos. Sudaba a raudales y los ojos me lloraban. Cuando el guía dijo que salíamos me sentí enormemente aliviado.
Estuve en la mina algo más de una hora. La jornada media de un minero en Bolivia son 10-12 horas, y su vida laboral media 15 o 20 años.

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