En Bolivia, y en otros países de América del Sur, el término "gringo" se aplica tanto al amigo americano como a cualquier individuo "occidental", incluidos los españoles.
Con esta sutil introducción, ya empezaréis a intuir que el desventurado gringo del que habla la apócrifa noticia fue vuestro amigo que escribe estas líneas.
Estaba visitando el Museo Arqueológico de Cochabamba. Había coincidido con una visita de simpáticos escolares de unos 15 o 16 años, que iban penando por las distintas salas con el mismo interés con el que hemos visitado todos tantos museos, cuando lo hemos hecho por obligación y no por curiosidad, ya sea con la escuela o con nuestros padres.
La visita llegaba casi a su fin, y me encontraba en la sala más interesante, la de las momias incas. Las estrellas de la sala eran tres momias que, a juzgar por su postura agazapada y sus horripilantes muecas de dolor no parecían haber muerto en paz precisamente. No se trataba de momias embalsamadas, sino que el visitante podía apreciar el pellejo pegado a los huesos, disfrutando de un exceso de realismo quizás innecesario.
Para acabar de contribuir al ambiente de tienda de los horrores la vitrina adyacente a la de las momias mostraba diferentes cráneos de niños, a los que se había practicado lo que se conoce como "deformación craneana" (la aplicación de vendajes en la cabeza de los recién nacidos para modificar su forma, por motivos culturales). Otros cráneos mostraban trepanaciones (raspados y orificios con finalidades rituales y teóricamente terapéuticas).
En esta bucólica sala me encontraba yo cuando me quedé solo contemplando las maravillas que os acabo de describir.
Una vez colmada mi dosis de morbo histórico-antropológico me dirigí a la salida, para encontrar con sorpresa que la puerta que antes estaba abierta - de hierro y unos 10 cm de grosor - se hallaba cerrada. Olvidé mencionar que el Museo Arqueológico de Cochabama era anteriormente un banco, y la sala de las momias ocupa el espacio que en su día fuera la cámara acorazada.
Como la puerta no tenía tirador interior, no podía abrirla desde dentro. Así que tuve que hacer eso que todos hemos visto en las (malas) películas cómicas: empezar a preguntar "hay alguien ahí", "alguien me oye", etc. Primero flojito; a medida que el tiempo pasaba cada vez más fuerte. No había manera, parecía que de golpe el Museo estuviera desierto.
Como conservaba la entrada, llamé a un número de teléfono del Museo - nadie contestaba. Llamé al móvil de mi hermana, con la que me tenía que reunir media hora después - saltaba el contestador.
Volví a gritar. Apoyé la oreja en la puerta, no se oía un alma. Supuse que el Museo había cerrado al mediodía (eran casi las 14 h), aunque la Lonely Planet decía que el horario de apertura era ininterrumpido, ¡y la Lonely nunca miente!
Empezaba a resignarme a esperar 1 o 2 horas hasta que volvieran a abrir, pensando en todos los insultos que iba a proferir contra el vigilante que, según creía entonces, había cerrado la puerta sin cerciorarse de que no quedaba nadie dentro, aparte de las momias.
Descubrí que en una esquina de la sala había una cámara. Decidí probar suerte y empezar a hacer gestos, a saltar y a señalar la puerta maldita. Nota para posibles chorizos de reliquias arqueológicas: en el Museo de Cochabamba nadie sigue lo que graban las cámaras.
Ya había transcurrido más de media hora, que a mí me pareció una eternidad, cuando escuché que a través de los conductos de ventilación se oía un ruido de voces y un sonido característico: pelotas de básquet botando. Sin duda había una escuela al lado del museo y estaban impartiendo una clase de educación física. Había que probarlo: ¡Eeeeeehhh, los del básquet!!!!...ruido de pelotas (de básquet), ¿Me oyeeeeeen?...más ruido de pelotas de básquet, ¡Estoy atrapado en el museooooooooo!...un cabreo de pelotas (el mío, las mías). Dramático.
Volví a llamar al museo, nadie contestaba (prefiero no sacar conclusiones sobre el funcionariado local). Volví a llamar a mi hermana y...finalmente contestó.
- Blanca, creo que no voy a llegar a nuestra cita para comer. Estoy atrapado en el Museo Arqueológico.
- ¿?
Mi hermana llegó al rescate con el personal de la casa de las Musas, que por cierto no cerraba al mediodía. Lo primero que me preguntó es si podía respirar bien.
"Bueno, los otros tres sujetos encerrados no consumen mucho aire", pensé para mis adentros.
Ya creía que el tema estaba solucionado, pero resultó que la puerta no la había cerrado el vigilante, sino dos simpáticos muchachotes de la visita escolar que debían estar aburriéndose mucho. Lo pudo comprobar el personal del museo al ver - por primera vez - el vídeo de la sala. También pudieron contemplar mis gestos de desesperación hacia la cámara interior. Todo muy divertido.
El caso es que el problema no tenía fácil solución, porque la puerta no se cerraba nunca y lo que sucedía es que había quedado encajada y no había manera de abrirla.
Los encargados del museo empezaron a hacer sugerencias con escaso tino.
- ¿No puede Vd. abrir la puerta desde dentro nomás?
(- Sí claro, por eso he montado este show, en realidad todo era una broma, ya salgo".
- ¿No puede Vd. salir por el hueco de la ventilación? (un hueco a 4 metros de altura encima de una vitrina de cristal).
(- Quizás si fuera Spiderman. Otra sugerencia: ¡llamen a un cerrajero y sáquenme de aquí de una *%&$ vez!!!!!).
Resignado a pasar allí un buen rato, acabé cogiendo un libro - La hoguera de las vanidades - y me senté a esperar.
Finalmente, cuando llevaba casi una hora de cautiverio cultural, un tipo del museo tiró con todas sus fuerzas mientras otro hacía palanca con una barra de hierro en el quicio de la puerta, y consiguieron abrirla. Se había congregado al otro lado todo el personal de la institución más un buen número de curiosos, y mi pobre hermana.
Estaba cansado y hambriento, y no tenía ganas ni de enfadarme. Acepté las disculpas de hasta tres trabajadores diferentes y me fui riendo con Blanca.
Por la tarde, volví al museo a ver la parte que me faltaba, e hice una foto que colgaré en este blog en cuanto pueda. No volví a entrar a la sala de las momias.
Con esta sutil introducción, ya empezaréis a intuir que el desventurado gringo del que habla la apócrifa noticia fue vuestro amigo que escribe estas líneas.
Estaba visitando el Museo Arqueológico de Cochabamba. Había coincidido con una visita de simpáticos escolares de unos 15 o 16 años, que iban penando por las distintas salas con el mismo interés con el que hemos visitado todos tantos museos, cuando lo hemos hecho por obligación y no por curiosidad, ya sea con la escuela o con nuestros padres.
La visita llegaba casi a su fin, y me encontraba en la sala más interesante, la de las momias incas. Las estrellas de la sala eran tres momias que, a juzgar por su postura agazapada y sus horripilantes muecas de dolor no parecían haber muerto en paz precisamente. No se trataba de momias embalsamadas, sino que el visitante podía apreciar el pellejo pegado a los huesos, disfrutando de un exceso de realismo quizás innecesario.
Para acabar de contribuir al ambiente de tienda de los horrores la vitrina adyacente a la de las momias mostraba diferentes cráneos de niños, a los que se había practicado lo que se conoce como "deformación craneana" (la aplicación de vendajes en la cabeza de los recién nacidos para modificar su forma, por motivos culturales). Otros cráneos mostraban trepanaciones (raspados y orificios con finalidades rituales y teóricamente terapéuticas).
En esta bucólica sala me encontraba yo cuando me quedé solo contemplando las maravillas que os acabo de describir.
Una vez colmada mi dosis de morbo histórico-antropológico me dirigí a la salida, para encontrar con sorpresa que la puerta que antes estaba abierta - de hierro y unos 10 cm de grosor - se hallaba cerrada. Olvidé mencionar que el Museo Arqueológico de Cochabama era anteriormente un banco, y la sala de las momias ocupa el espacio que en su día fuera la cámara acorazada.
Como la puerta no tenía tirador interior, no podía abrirla desde dentro. Así que tuve que hacer eso que todos hemos visto en las (malas) películas cómicas: empezar a preguntar "hay alguien ahí", "alguien me oye", etc. Primero flojito; a medida que el tiempo pasaba cada vez más fuerte. No había manera, parecía que de golpe el Museo estuviera desierto.
Como conservaba la entrada, llamé a un número de teléfono del Museo - nadie contestaba. Llamé al móvil de mi hermana, con la que me tenía que reunir media hora después - saltaba el contestador.
Volví a gritar. Apoyé la oreja en la puerta, no se oía un alma. Supuse que el Museo había cerrado al mediodía (eran casi las 14 h), aunque la Lonely Planet decía que el horario de apertura era ininterrumpido, ¡y la Lonely nunca miente!
Empezaba a resignarme a esperar 1 o 2 horas hasta que volvieran a abrir, pensando en todos los insultos que iba a proferir contra el vigilante que, según creía entonces, había cerrado la puerta sin cerciorarse de que no quedaba nadie dentro, aparte de las momias.
Descubrí que en una esquina de la sala había una cámara. Decidí probar suerte y empezar a hacer gestos, a saltar y a señalar la puerta maldita. Nota para posibles chorizos de reliquias arqueológicas: en el Museo de Cochabamba nadie sigue lo que graban las cámaras.
Ya había transcurrido más de media hora, que a mí me pareció una eternidad, cuando escuché que a través de los conductos de ventilación se oía un ruido de voces y un sonido característico: pelotas de básquet botando. Sin duda había una escuela al lado del museo y estaban impartiendo una clase de educación física. Había que probarlo: ¡Eeeeeehhh, los del básquet!!!!...ruido de pelotas (de básquet), ¿Me oyeeeeeen?...más ruido de pelotas de básquet, ¡Estoy atrapado en el museooooooooo!...un cabreo de pelotas (el mío, las mías). Dramático.
Volví a llamar al museo, nadie contestaba (prefiero no sacar conclusiones sobre el funcionariado local). Volví a llamar a mi hermana y...finalmente contestó.
- Blanca, creo que no voy a llegar a nuestra cita para comer. Estoy atrapado en el Museo Arqueológico.
- ¿?
Mi hermana llegó al rescate con el personal de la casa de las Musas, que por cierto no cerraba al mediodía. Lo primero que me preguntó es si podía respirar bien.
"Bueno, los otros tres sujetos encerrados no consumen mucho aire", pensé para mis adentros.
Ya creía que el tema estaba solucionado, pero resultó que la puerta no la había cerrado el vigilante, sino dos simpáticos muchachotes de la visita escolar que debían estar aburriéndose mucho. Lo pudo comprobar el personal del museo al ver - por primera vez - el vídeo de la sala. También pudieron contemplar mis gestos de desesperación hacia la cámara interior. Todo muy divertido.
El caso es que el problema no tenía fácil solución, porque la puerta no se cerraba nunca y lo que sucedía es que había quedado encajada y no había manera de abrirla.
Los encargados del museo empezaron a hacer sugerencias con escaso tino.
- ¿No puede Vd. abrir la puerta desde dentro nomás?
(- Sí claro, por eso he montado este show, en realidad todo era una broma, ya salgo".
- ¿No puede Vd. salir por el hueco de la ventilación? (un hueco a 4 metros de altura encima de una vitrina de cristal).
(- Quizás si fuera Spiderman. Otra sugerencia: ¡llamen a un cerrajero y sáquenme de aquí de una *%&$ vez!!!!!).
Resignado a pasar allí un buen rato, acabé cogiendo un libro - La hoguera de las vanidades - y me senté a esperar.
Finalmente, cuando llevaba casi una hora de cautiverio cultural, un tipo del museo tiró con todas sus fuerzas mientras otro hacía palanca con una barra de hierro en el quicio de la puerta, y consiguieron abrirla. Se había congregado al otro lado todo el personal de la institución más un buen número de curiosos, y mi pobre hermana.
Estaba cansado y hambriento, y no tenía ganas ni de enfadarme. Acepté las disculpas de hasta tres trabajadores diferentes y me fui riendo con Blanca.
Por la tarde, volví al museo a ver la parte que me faltaba, e hice una foto que colgaré en este blog en cuanto pueda. No volví a entrar a la sala de las momias.
Collons Guille, com he rigut!!!! Després de veure una comedia francesa dolentíssima que, segons el xaval del videoclub havia d'arrancar-me rialles amb la mateixa facilitat que el meu avi arranca "trumfes", ja encarava la tarda amb el neguit de baixar a veure el xaval del video i comentar-li 4 coses sobre els seus gustos cinematogràfics. Per sort, la teva escena al museu m'ha fet riure com un cabró! Em disposo a anar a la piscina amb un somriure. Una forta abraçada amic!
ResponderEliminarGrande Guille! como molan las aventuras bayayas!!! un abrazo
ResponderEliminarcom me n'alegro amics! Les properes aventures no són tan divertides, però hi haurà emoció, perill i policia boliviana...
ResponderEliminari alguna que em reservo per explicar-vos directament!
jajajajaja, tómatelo con humor, al fin y al cabo saliste sano y salvo! Besitos varios!
ResponderEliminarpor supuesto, a toro pasado...
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