Meeeeeeeeeec…Bum!!! Acabo de tener un accidente en el autocar Uyuni-Potosí. Mi cabeza da un fuerte golpe contra el asiento de delante, que afortunadamente es blando. Instintivamente miro hacia la derecha por la ventana: el autocar se acerca peligrosamente a un terraplén de unos 30 metros de desnivel con una pendiente muy pronunciada, pero se para en seco.
Me palpo el cuerpo. Estoy bien. Se hacen dos eternos segundos de silencio en el autocar. Luego, todo el mundo empieza a hablar. Se oye algún llanto. Miro alrededor, los pasajeros que me rodean están bien. Unos asientros detrás del mío encentro a una pareja de italianos de unos 35 años. Ella se ha hecho un pequeño corte en el labio inferior y es presa de un ataque de pánico. Su pareja intenta tranquilizarla, y yo le ayudo. Le hacemos entender que está bien y no le ha sucedido nada grave, que ya ha pasado todo. Acompañamos a la chica hasta la puerta. Poco antes de salir se desvanece, y la llevamos a pulso fuera, donde recupera la conciencia instantes después.
El resto de pasajeros parece estar bien, a excepción de un joven que rondará los 25 y tiene un moratón en la nariz.
Una vez en el exterior, veo lo que ha sucedido. Hemos chocado frontalmente contra un 4x4 de la compañía que está construyendo la carretera, que iba en dirección opuesta a la nuestra. A juzgar por el lugar donde han quedado los vehículos, parece que el 4x4 ha invadido parte de nuestro carril, pero no estoy seguro.
Me palpo el cuerpo. Estoy bien. Se hacen dos eternos segundos de silencio en el autocar. Luego, todo el mundo empieza a hablar. Se oye algún llanto. Miro alrededor, los pasajeros que me rodean están bien. Unos asientros detrás del mío encentro a una pareja de italianos de unos 35 años. Ella se ha hecho un pequeño corte en el labio inferior y es presa de un ataque de pánico. Su pareja intenta tranquilizarla, y yo le ayudo. Le hacemos entender que está bien y no le ha sucedido nada grave, que ya ha pasado todo. Acompañamos a la chica hasta la puerta. Poco antes de salir se desvanece, y la llevamos a pulso fuera, donde recupera la conciencia instantes después.
El resto de pasajeros parece estar bien, a excepción de un joven que rondará los 25 y tiene un moratón en la nariz.
Una vez en el exterior, veo lo que ha sucedido. Hemos chocado frontalmente contra un 4x4 de la compañía que está construyendo la carretera, que iba en dirección opuesta a la nuestra. A juzgar por el lugar donde han quedado los vehículos, parece que el 4x4 ha invadido parte de nuestro carril, pero no estoy seguro.
Los accidentes de circulación son frecuentes en Bolivia. Al mal estado de las carreteras se unen el exceso de velocidad y de alcohol. La combinación es fatal.
La mitad izquierda del jeep ha quedado destrozada. El motor está inservible, desprende abundante vapor y gotea. Me cercioro de que es agua y no combustible. En cualquier caso, alguien ha tenido la prudencia de desconectar la batería. Nuestro autocar ha salido mejor parado. Se ha abollado el lado del conductor sin llegar a la cabina. Sin embargo, la carrocería que cubre la rueda delantera izquierda se ha deformado hasta llegar a hundir la rueda, que por suerte no ha llegado a explotar. Sea como sea parece poco probable que el vehículo pueda seguir circulando.
El conductor del jeep se ha llevado la pero parte. Me sorprende su juventud. No debe hacer mucho que alcanzó la mayoría de edad. Camina ayudado por sus compañeros, sangrando abundantemente por la cabeza. Es evidente que se ha golpeado contra el parabrisas, lo cual hace deducir que no llevaba el cinturón de seguridad. Aquí nadie lo hace.
Su sangre tiñe el polvo de la carretera. No he mencionado que dos terceras partes de la “carretera” entre Oruro y Uyuni no están asfaltados. Durante el trayecto, incluso manteniendo las ventanas cerradas, entra tanto polvo que si estás leyendo y tardas un poco de pasar de página, al acariciarla con el dedo se te queda impregnado de suciedad.
Me acerco al terraplén por el que podríamos habernos precipitado. La pendiente es considerable, y si hubiéramos caído por ella sin duda el autobús habría llegado hasta la base del terraplén. ¿Qué habría sucedido sí...? Una intensa euforia me embarga por momentos.
La mitad izquierda del jeep ha quedado destrozada. El motor está inservible, desprende abundante vapor y gotea. Me cercioro de que es agua y no combustible. En cualquier caso, alguien ha tenido la prudencia de desconectar la batería. Nuestro autocar ha salido mejor parado. Se ha abollado el lado del conductor sin llegar a la cabina. Sin embargo, la carrocería que cubre la rueda delantera izquierda se ha deformado hasta llegar a hundir la rueda, que por suerte no ha llegado a explotar. Sea como sea parece poco probable que el vehículo pueda seguir circulando.
El conductor del jeep se ha llevado la pero parte. Me sorprende su juventud. No debe hacer mucho que alcanzó la mayoría de edad. Camina ayudado por sus compañeros, sangrando abundantemente por la cabeza. Es evidente que se ha golpeado contra el parabrisas, lo cual hace deducir que no llevaba el cinturón de seguridad. Aquí nadie lo hace.
Su sangre tiñe el polvo de la carretera. No he mencionado que dos terceras partes de la “carretera” entre Oruro y Uyuni no están asfaltados. Durante el trayecto, incluso manteniendo las ventanas cerradas, entra tanto polvo que si estás leyendo y tardas un poco de pasar de página, al acariciarla con el dedo se te queda impregnado de suciedad.
Me acerco al terraplén por el que podríamos habernos precipitado. La pendiente es considerable, y si hubiéramos caído por ella sin duda el autobús habría llegado hasta la base del terraplén. ¿Qué habría sucedido sí...? Una intensa euforia me embarga por momentos.
Dentro de unas horas seguiré haciendo el turista como si nada hubiera pasado. Porque nunca aprendemos. Siempre nos olvidamos de la suerte que hemos tenido, de las suertes que hemos tenido. La vida es algo que damos por descontado. No aspiramos, simplemente, a vivir, sino a vivir mejor. A hacer un viaje más lejano y más exótico, a leer un libro que nos haga más sabios, a ver una película que nos emocione. Anhelamos acostarnos con una mujer que amemos o, en su falta, a acostarnos con muchas. Aspiramos a pensar más en nuestros amigos y que ellos piensen más en nosotros, a ver más a nuestros hermanos y que nuestros padres se sientan orgullosos de nosotros.
Los árboles no nos dejan ver el bosque, o quizás nos fijamos en las ramas del árbol en lugar de dirigir nuestra atención hacia sus raíces.
Pero, hoy, por un breve instante, no he estado equivocado.
Pero, hoy, por un breve instante, no he estado equivocado.
Osti, Guille!
ResponderEliminarVaya susto. Ánimo que esta será una de las anécdotas cuando vuelvas.
Un abrazo my friend
Jo, pues sí... menos mal que estás bien!!
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