Siempre me ha resultado curioso el motivo por el cuál algunas personas roncan. La teoría dice que suelen roncar los individuos obesos, aquellos que han bebido o los que tienen un problema respiratorio. Sin embargo, los que hayáis tenido la mala fortuna de dormir conmigo sabéis que a veces ronco, y no soy precisamente gordito, ni tengo problemas respiratoriso, ni lo hago necesariamente cuando duermo la mona.
Ahora bien, en ocasiones la teoría y la práctica se ponen fatalmente de acuerdo.
En estas disquisiciones me hallaba yo en el autobús Oruro-Uyuni, camino del salar más grande del mundo (el Salar de Uyuni) mientras contemplaba y escuchaba roncar a pierna suelta a un pequeño gran hombre - unos 1,60 m de altura y unos 150 kg de humanidad.
Era un viaje nocturno de 8 horas en autobús, en un invento llamado bus semi-cama que tiene unos asientos reclinables gracias a los cuales, si bien duermes igual de encajonado que en un bus ordinario, al menos lo puedes hacer medio estirado.
El autobús era incómodo, hacía un frío de narices y conciliar el sueño se convertía en una tarea imposible con la sinfonía de mi amigo el tenor quechua, que más que roncar parecía que estuviera rugiendo.
A pesar de ello, por el amplio ventanal podía contemplar un cielo cubierto de estrellas como he visto pocos en mi vida.
Esa noche me sentí muy afortunado mientras me dirigía hacia uno de los mayores espectáculos naturales de América del Sur.
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