(viene de la anterior entrada) A las 8 h de la mañana nos dirigimos a la FELC, el organismo que se ocupa de los robos (el día anterior a las 20 h de la tarde ya estaba cerrado, así que tuvimos que esperar para denunciar lo sucedido).
Un agente gordo, de mediana edad y con ganas de todo menos de tramitar una denuncia nos recibió con toda la frialdad y la desidia de las que fue capaz.
- Venimos a denunciar un robo del que fuimos objeto ayer por la tarde.
Su respuesta, una mirada de desprecio y un lacónico: “Son Vds. bien descuidados ¿no?”. Tócate los cojones.
En otro país, en otras circunstancias y si Ramón no tuviera el vuelo de vuelta a España cuatro días después (incluyendo un fin de semana y un día festivo en Bolivia), le habríamos montado un pollo. Pero necestiábamos la denuncia para enviársela a la Embajada y que esta pudiera empezar los trámites.
Así que decidimos obviar la boutade y explicarle lo sucedido. Dos veces. Una para el registro de la policía, que se hacía a mano en un cuadernillo de esos que utilizábamos para tomar apuntes en primaria; y otra para el certificado, este sí a ordenador, que daba fe de que en el cuadernillo de marras constaba la denuncia. Eso sí, el policía no hizo constar en ningún momento la descripción de los cacos, lo cual da fe de su interés en perseguir el ilícito. Por lo demás, fue especialmente humillante el momento en que, después de llevar 20 minutos hablando con el hombre (en español) y en el segundo relato del robo el madero inquirió la nacionalidad de Ramón: “Nacionalidad francesa ¿verdad?”. Además de incompetente y maleducado, el agente era un burro.
Una vez hecha la denuncia y enviada a la Embajada, ya sólo quedaba ir el lunes a La Paz a recoger el pasaporte provisional. Ramón y yo acordamos que le dejaría dinero para tirar los cuatro días que le quedaban antes de irse y no era necesario que le acompañase a la capital, posibilidad que me desviaba mucho de mis planes (en el momento de escribir estas líneas ya está sano y salvo en España, ¡un abrazo desde aquí compi!).
El único cajero automático de Uyuni en el que aceptaban Visa estaba ocupado, así que decidí pedir un “avance de efectivo”, que consiste en que el propio banco te avanza el dinero, a cambio de una comisión. Esta operación se realiza pasando la tarjeta por un datáfono (el aparato que se utiliza en las tiendas para pagar con tarjeta).
Mi tarjeta ya me había dado algún problema en diferentes tiendas, porque estaba muy gastada, así que no me sorprendí cuando el datáfono dio un mensaje de error una, dos y hasta tres veces. La encargada de la entidad propuso un invento consistente en colocarle un celo por encima de la banda magnética y volverla a pasar por el aparato. Quedaba poco tiempo para que saliera mi autobús, no podíamos ir a otro banco y yo también necesitaba sacar dinero, así que decidí darle una oportunidad.
Cuál no fue mi sorpresa cuando la señora, después de aplicar el celo sobre la banda magnética, ¡LO RETIRÓ DE GOLPE! Ante la mirada atónita de vuestro relator y su acompañante, la mitad de la banda desapareció con el celo. Me entró un sudor frío y casi podría asegurar que el corazón se me paró por un instante.
- ¿Pero Vd. Sabe lo que ha hecho? ¡Se ha cargado la tarjeta! ¿Se da Vd. Cuenta de que ahora no voy a poder sacar dinero en ningún lado? ¡Me ha arruinado el viaje! ¿Pero cómo se puede ser tan ignorante? – estaba desfondado…
La señora, lejos de admitir la metedura de pata, optó por la técnica de la avestruz: hizo como si nada hubiera sucedido, pretendió que lo acaecido no tenía ninguna importancia y que si la tarjeta funcionaba iba a seguir haciéndolo sin ese “dibujito”. Mu’ pofesional…
No quedaba tiempo de discutir. Me fui atónito y cogí mi bus hacia Potosí, contando únicamente con 50 € que todavía no había cambiado y dando vueltas a cómo iba a seguir el viaje a partir de entonces.
Creía que eso era lo peor que me iba a pasar aquél día… inocente inocente.
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