viernes, 2 de julio de 2010

Pura Vida



Selva boliviana (25 al 28 de junio)

En la selva, las heridas cicatrizan más rápido que en la civilización. No tengo ninguna evidencia científica de ello, pero esta ha sido mi experiencia con unos cortes que llevaba arrastrando en la mano debidos al frío del Altiplano boliviano.
Mi primera intención era hablaros de todas las penalidades que he padecido en la jungla estos últimos cuatro días. Pero ahora, desde la calma de Rurrenabaque, y con unas cuantas horas de perspectiva, empezar hablándoos de mosquitos, tarántulas y hormigas venenosas me parecería anecdótico e incluso frívolo.
La selva es pura Vida. Contemplada desde un avión en vuelo es lo más parecido a un multitudinario concierto de rock que uno puede hallar en el mundo natural. Los árboles se amontonan, intentando crecer los unos por encima de los otros e impidiendo al viajero boquiabierto vislumbrar el suelo.
Pero es una vez dentro donde la identidad selva-vida estalla frente a tus ojos. La jungla siempre está en movimiento. En todo momento hay cientos, miles, millones de seres en actividad, que se alimentan, crecen, cazan o se comunican. A plena luz del día este hecho es constatable a simple vista: el suelo está poblado de hormigas, de orugas y de otros muchos insectos. Y también de arañas. Nunca me han hecho gracia los arácnidos. Pero aquí acabas por acostumbrarte y apreciarlas, y no sólo porque sean el depredador natural de los odiados mosquitos. Las he visto de todo pelaje y tamaño, desde una diminuta con forma triangular y los colores amarillo y negro de los taxis barceloneses, hasta una tarántula que sostuve en mi mano (mientras nuestro guía me decía que no temblara). Y por supuesto mariposas (¡qué colores!), coatis, monos capuchinos, papagayos, decenas de pájaros diferentes…
A veces los animales ya no están ahí, pero dejan su rastro. Así, vimos las marcas dejadas en el suelo por las garras de un jaguar, las huellas de un cerdo salvaje o la piel de una serpiente que acababa de mudar su ropaje y, según nos dijeron, debía tener unos 3 metros de longitud.
De noche en cambio es el sentido del oído el que cobra protagonismo. Es fascinante internarse en la oscuridad de la jungla y apagar la linterna. Paradójicamente, es entonces cuando más sientes la apabullante presencia de vida a tu alrededor. Las hojas crepitan por el paso de un roedor, un fruto cae al suelo, por encima de tu cabeza pasa un búho que ulula, y a lo lejos se oye un aullido que podría ser de un primate o de un pájaro. Y como fondo, el bajo continuo de lo que imagino deben ser grillos.
La selva es también el paraíso de los sabores. En estos cuatro días he probado termitas, gusanos, piraña y hasta mono. Y todo me parecía intenso y delicioso.
Por supuesto, esta es igualmente la casa de los olores. Aunque para un urbanita los olores pasan bastante desapercibidos - excepto el propio tras cuatro días de llevar la misma ropa, que prefiero obviar ;-). Me impresionó comprobar cómo nuestro guía Fazer, un indígena tacana, era capaz de apreciar con su simple olfato la cercanía de cerdos salvajes, e incluso que una serpiente había pasado recientemente por el camino que estábamos siguiendo.
Por supuesto, no voy a negar que estos días en la selva han sido duros. A la incomodidad propia de dormir en el suelo se sumaban el calor asfixiante y la molestia casi continua de los mosquitos y otros bichos “picantes” cuyo nombre ignoro, sobre todo en lugares cercanos a los ríos y otras fuentes de agua. Ayer calculé que tenía unas 70 picaduras sólo en la espalda. Más doloroso fue constatar al rascarme una herida de sangre seca que esa pequeña mancha redonda no era sangre, sino un bichito de cuatro patas que había decidido seguir viaje adosado a mi pierna.
Pero más allá del incordio de los mosquitos, la selva es un lugar en el que existen pequeños y grandes peligros. En más de una ocasión me picaron las hormigas de fuego, una especie que habita en un árbol llamado Palodiablo. Su picadura escuece como si te clavaran un pequeño alfiler, y es inofensiva en pequeñas cantidades – de hecho, los indígenas se hacen picar por ellas como remedio contra el reuma – pero en las comunidades locales se solía atar a los enemigos al Palodiablo para conseguir información. Y la conseguían, porque los locales saben que en un par de horas la acumulación de picaduras de hormigas de fuego produce la muerte.
Mucho peor es la mordedura de la llamada hormiga 24, un pequeño gigante de unos 3 centímetros que recibe su nombre de las 24 horas que dura el intenso dolor provocado por su veneno. Nuestro guía me explicó entre risas que un israelí que la “cató” afirmó que prefería morir antes de volver a sufrirla. Hormigas de este tipo pasaron entre mis pies en más de una ocasión.
Por no hablar de la abundancia de tarántulas, que si no son tratadas adecuadamente (como hizo Fazer antes de permitirme sostener una) atacan sin pensarlo, produciendo un dolor y una hinchazón que espero no conocer nunca en mi propia carne.
La que sí conocí fue la picadura de una abeja, puesto que un enjambre nos atacó cuando pasamos al lado de su colmena, supongo que pensando que suponíamos algún tipo de amenaza. Tuvimos que correr unos treinta metros, pero todo quedó en un susto y una pequeña hinchazón que Fazer ayudó a aliviar aplicando en las heridas la savia de una planta local.
Y por supuesto el jaguar, que por suerte o por desgracia no pudimos contemplar, y las serpientes, el peor enemigo de la selva, de las cuales existen en Bolivia diversas especies venenosas cuya picadura es mortal. Tampoco topamos con ninguna.
En definitiva, la selva es pura vida, pero no hay que internarse en ella de forma inconsciente, sino siempre alerta de los peligros que esta esconde. A fin de cuentas, en la naturaleza la vida es inseparable de la muerte, y ambas forman inseparablemente un único ciclo.
La zona que visité es un área protegida gestionada por los indígenas tacanas, y es adyacente al Parque Nacional Madidi, compartiendo con este la misma vegetación y fauna. El PN Madidi está reconocido como uno de los lugares de mayor biodiversidad del mundo. Desde hace años un proyecto de presa hidroeléctrica en el río Beni amenaza con inundar la mayor parte del parque por completo. Hasta ahora diferentes grupos ecologistas y las comunidades locales han conseguido frenarlo. Quién sabe hasta cuándo.


Nota: selva y jungla no son términos sinónimos, pero lo que yo visité sí puede ser considerado como selva y como jungla. Para conocer las diferencias entre ambas, os adjunto un link http://es.wikipedia.org/wiki/Jungla

5 comentarios:

  1. Guille, ahí, ahí, dale duro a la vida!

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  2. Guille, la final de la World Cup se puede ver en la selva?

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  3. jejeje, puede que haya contratiempos y picaduras horribles, pero sinceramente, envidio mucho tu periplo! Sigue disfrutándolo! Con el tiempo sólo recordarás las cosas increíbles del viaje y olvidarás que una vez tuviste 70 picaduras en la espalda!

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  4. Qué envidia, Guille... Y qué miedo!! aysss
    No sé si me dieron más ganas de irme allí contigo o de salir corriendo de los bichos...

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